Se oyó en mi memoria aquel recuerdo que afianzado entre mis huesos cada Cuaresma salía a flote. Llevaban las horas del día demasiado largas para ser hermosas. Su mano pendía hacia el mundo ofreciendo la ayuda del padre a los hijos. Dentro las horas se transformaban en siglos. El tiempo no pasaba entre aquellas paredes. Me senté a descansar. A pensar hacia donde caminaba la vida. Cristo permanecía allí inerte. El sol apuntó una línea de luz por una vidriera. Había cesado de llover y yo que no llevaba con que cubrirme entendí que era el momento de salir. Dentro de aquellos muros las horas siguieron transformándose en siglos.
martes, 10 de marzo de 2009
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2 comentarios:
De todas las que nos regalas cada día, una de las fotos que más me ha gustado.
Un abrazo, Canónigo de mi arma.
Se agradece mucho muchísimo cuando las señales son tan evidentes..
Se echan de menos cuando no lo son tanto…
Kissses
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