Impregnado de la penumbra del templo. Amparado en el despertar del Viernes Santo. Mientras unos dormían y otros viraban hacia barrios emblemáticos. Mientras moría la Madrugá. El reloj de la memoria se paró para ti en la madrugada del Lunes Santo. Mis labios te dieron una oración. Y mis dedos tomaron prestada una foto. Tardé en salir de allí. Me costaba dejarte solo. Tiré para Triana. No quise mirarte desde la puerta. No me habría ido. El día empezaba y mis pies se resentían aunque como buen jartible. Me adentré en el barrio de mi infancia. Allí donde creció en mi un capillita.
miércoles, 1 de octubre de 2008
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