Se vestían de corto los sevillanos. Muy de corto. Y aun seguía allí. Sobre la chimenea en la que cada año se posaba. Le gustaba aquella en especial. Las vistas de la ciudad eran inenarrables. Se veía la Giralda cerca de la espadaña de Santa Cruz. En los días de verano en los que el cielo se levantaba expedito de nubes podías oler los calentitos de una calentería cercana.
Este año no había vacaciones. Aunque para ella era más que suficiente tener cada mañana esas vistas.
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