Aproveché la espera para llegar hasta ti para desayunar con esa calidez que da el primer café de la mañana.
Y así llegué a tus plantas. Habías bajado de manera intempestiva, sin tocarte descender.
Y es que Madre te marchas. Te vas a donde restauran el paso de los años sobre ti.
Tu sabes que mis botones son blancos pero llevo desde esta mañana con el susto en el cuerpo. Y no porque no me fie de Miñarro. Sino por tu ausencia. Las manos de la Piedad, las que llevan más de un siglo en el Arenal. Las que sostienen a tus hijos los desdichados que nos aferramos a tus plantas cuando la vida cuesta.
Se van las manos de la Virgen y su mirada de niña dolorida. Octubre en el horizonte para volver a verte una mañana de otoño que vuelvas hasta nosotros tus desdichados hijos de túnica azul mecánico.