sábado, 3 de octubre de 2015

EL DIOS DE LAS PEQUEÑAS COSAS

Te encontré un sábado de mañana, encerrado en una capilla de oscuridad luminosa. Ahora te recuerdo de una época en la que el mundo no era tan oscuro. Mañanas de sábado de avellanas recién tostadas en la calle Francos, y la boca cerrada para que no entrara el frío. Poco a poco fui descubriéndote cuando el tiempo me iba dando muescas en el alma; eran tiempos de carrete de tunsgteno y catedral de trípode y paseos arriba y abajo. Hasta que pude visitarte a diario entrando por el patio, sentarme a mirarte y remirarte; pedirte y suplicarte; y volver a agradecerte. Un tiempo cargado de verbos que rodeaban al verbo que se hizo hombre. Ahora cumples siglos y te tengo muy a tiro. A ti. A mi Señor de las pequeñas cosas, de los días cotidianos y de los sueños aparcados. Siempre tengo un día para ti, porque tu siempre tienes un instante para mi. Gracias Señor.

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